Pronunciado el 7 de marzo de 2020 por D. Julián Sesmero Carrasco
«Antes de proceder a la lectura del Pregón Oficial de la Cofradía de la Pollinica de Alhaurín de la Torre, me van a permitir que, siguiendo el protocolo habitual de esta Congregación, demos paso en primer lugar al descubrimiento de la obra de arte anunciadora del Domingo de Ramos de Alhaurín de la Torre, que es obra de Doña Concepción Trujillo Moreno, Concha Trujillo. Natural de Málaga, ha sido funcionaria de carrera de la Administración General del Estado.
Se trasladó a Córdoba, donde compaginó trabajo y estudios en la Escuela de Artes y Oficios, en la especialidad de Dibujo Artístico y Pintura al Óleo. En la actualidad, forma parte del alumnado de la Academia Ruiz Juan de Bellas Artes de Málaga, donde ha obtenido la Diplomatura. También es integrante del Colectivo Arte 21, a través de la cual ha protagonizado más de una decena de muestras colectivas en numerosos puntos de la capital y de la provincia: Centro Ciudadano Manuel Mingorance, en el castizo barrio malagueño de la Trinidad; Sala de Arte Mingorance, en el Mercado de la Merced; Sala de Exposiciones Bryan Hartley Robinson, de Alhaurín de la Torre; Sala de Exposiciones de la Ciudad de la Justicia; Centro Cultural Antonio Beltrán Lucena, del Distrito Campanillas; Centro Social María Galán de El Palo; Sala de Exposiciones del Colegio Oficial de Médicos de Málaga; Sede Turismo Andaluz de Málaga; Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de Mijas, y Centro Cultural de la Cala de Mijas.
El cartel anunciador del Domingo de Ramos de Alhaurín de la Torre 2020 es una pieza clásica de óleo sobre lienzo, de medidas absolutamente canónicas 46×38 cm, confeccionada con mimo y tesón. Representa la décima cuarta Estación del Vía Crucis, en la que Jesús es puesto en el Santo Sepulcro. Concha Trujillo ha pintado esta obra en estilo Nuevo Realismo Figurativo. Nuestra querida Concha es una alumna aventajada de esa academia que dirige un buen amigo de este pueblo y de esta casa Pollinica, Ruiz Juan, donde se ha formado a cientos de personas en el noble arte de la pintura y, en particular, se les ha adiestrado en ese estilo pictórico que fue referente en la Málaga de finales del siglo XIX y principios del XX, gracias a autores de la talla de Bernardo Ferrándiz y, sobre todo, Antonio Muñoz Degrain.
La Academia de Bellas Artes de Málaga que lidera Ruiz Juan pretende desde hace años recoger el testigo de aquella histórica escuela malagueña de pintura, como discípulos y continuadores de sendos pintores, que formaron parte de la misma y que, curiosamente, compartían lugar de nacimiento, Valencia, y de fallecimiento, Málaga.
El Nuevo Realismo Figurativo tiene especial predilección por la fidelidad a los originales, casi imitando la definición que se adquiere en fotografía, por lo que es una tendencia artística rayana en hiperrealismo. Los objetos o personas que se representan aparecen estilizados, con ángulos y recortes y con respeto máximo al color y la luz, desde la sencillez absoluta, sin recargas ornamentales.
En la obra de Concha Trujillo podemos admirar esa fidelidad de trazo y esa luz malagueñizada por obra y gracia de la antigua y escuela y la nueva academia, lo que permite no solo poder presumir de una grandiosa pintura para el patrimonio de esta Cofradía, sino, sobre todo, nos confirma que una de las tendencias artísticas desarrolladas con sello propio malagueño tiene todas las garantías de supervivencia y continuidad. Llega el momento, por tanto, de que tanto Concha Trujillo como el Hermano Mayor de la Pollinica, José Moreno Vela, suban al escenario para descubrir la obra de arte y ponga fin al suspense generado en todo este público. Cuando quieran. —
Quiero comenzar este Pregón con una disculpa o, usando un término algo menos grave, con un pliego de descargos. Esto que van a escuchar en breves momentos no es un Pregón propiamente dicho. Al menos, no pretende ser un Pregón al uso, un Pregón modélico, canónico, dogmático, ni tan siquiera cofrade, en el sentido estricto de la palabra. Tampoco existe un deseo competitivo de que estas palabras, armadas únicamente desde el corazón y sin perjuicio ni menoscabo de la razón, deban pasar a la historia de los Pregones de nuestra ciudad. Ni por asomo. No es tal el propósito de este humilde narrador.
Lo que hoy les traigo aquí, para ir yendo al grano de una vez, es un cuaderno de confesiones, un ejercicio de sinceramiento de un pequeño y sencillo cristiano raso, ligeramente cofrade, pero no mucho, lo cual no es poco, entiendo yo, en estos tiempos que corren, en los que parece haberse puesto de moda en algunos ámbitos que, por supuesto, yo no frecuento, atacar gratuitamente a la Iglesia como comunidad y al microuniverso semanasantero. Será esta una reflexión en voz alta, sí, pero sin ánimo de asemejarse al discurso atormentado o caótico de quien necesita visitar el diván del psicólogo, que no es mi caso, de momento…
Esa reflexión en voz alta la formulo, como acto de heroicidad, valga la inmodestia, delante de esta respetuosa y atenta audiencia. Y no porque me tenga por un héroe, nada más lejos, sino simple y llanamente porque en parte me siento azorado por comparecer aquí con lo que yo llamo ‘la cara B’ de un Pregón de los de verdad, la intrahistoria de un Pregón…
El alma pequeñita escondida en unas líneas que trata de abrirse paso. Y abriga uno, por tanto, el temor de no saber explicarlo bien…
O de no ser entendido. No encontrarán ustedes, por tanto, un preciosista ejercicio de erudición, ni un texto trufado referencias histórico-religiosas, ni aquella maestría en la terminología artístico-cultural que va de suyo en el mundo cofrade y de la que han hecho gala aquí, en estas mismas tablas, personas de altísimo nivel en años precedentes y a las que admiro, pero no trataré de emular ni copiar.
No hallarán en mis palabras ni rastro del noble arte de pregonar, con su retórica propia, con su discurso, con sus exordios, exposiciones, argumentaciones y conclusiones, y con esa elevación de espíritu, esos momentos de declamación, ese lirismo transformado en verbo exaltado y entusiasta en nombre de María Santísima y del Señor.
Y no es que lo desapruebe. En absoluto. Antes al contrario, y lo he dicho antes, me resulta admirable quien tenga esa capacidad y la comparta con la audiencia. Es simplemente que no me veo capacitado para comunicarme en ese nivel expresivo y léxico. Ni tampoco lo necesito ni lo deseo.
Dicho de otro modo, mi modesta aportación va por un camino muy distinto, una vía secundaria. Porque, queridos amigos, no nos engañemos. No soy un cofrade en el estricto sentido de la palabra. No pertenezco ni he pertenecido jamás a las estructuras de ninguna entidad cofrade, y bien que me lo han ofrecido. Tan solo estoy vinculado sentimental e históricamente a una cofradía, que la gran mayoría de los aquí presentes saben cuál es, pero que hoy toca, con el permiso de ustedes, obviar, pero no por descortesía, sino por todo lo contrario: por consideración escrupulosa a lo que hoy nos ocupa y a quienes me han pedido que ponga por escrito mis sensaciones y pareceres cofrades.
Puede parecer un tópico, pero no.
Estar esta noche aquí es un honor, pero sobre todo, constituye para mí una responsabilidad tremenda. Y me siento tan agradecido como abrumado. Acepto el reto con naturalidad, porque me pone a prueba en un campo que domino más por mi profesión, por mi experiencia y por un razonable o aceptable, según se mire, manejo del lenguaje, fruto de muchos años ya de trabajo, que por la convicción y las profundas raíces cofrades y semanasanteras que uno pueda tener, que ya les aviso, son limitadas, aunque haberlas, haylas, y eso lo saben quienes me conocen y me soportan. Llegados a este punto y formalizadas mis disculpas o hecho público mi particular pliego de descargo, comienza la intervención de este presunto pregonero, emulando la terminología del gran escritor alhaurino Salvador Benítez Herrera, mi admirado artesano del estilo lírico y maestro del columnismo, entre otros grandes méritos de este inmenso docente, que se autodenominaba ‘presunto poeta’.
Gracias, gracias y mil gracias por meterme en este maravilloso lío, hermanos y hermanas de la Pollinica y, especialmente, gracias a los miembros de la Junta de Gobierno que han decidido confiarme este apasionante desafío, difícil pero cargado de estímulo para quien esto les va a leer. Un último agradecimiento antes de comenzar: quiero reconocer y dar las gracias a mi pareja, a Paloma, mi mujer, mi compañera, amiga y colega de profesión, a quien debo, entre otros millones de cosas, que aportó numerosas ideas a lo que fue la base y armazón de este texto y, aún más importante, la que me aguanta cada día y particularmente durante la elaboración de la versión definitiva. Gracias, cariño, de corazón. Con su permiso, amigos y amigas, y con el permiso de la Cofradía, voy a proceder a tutearos desde este preciso instante. Fuera formalidades.
Me siento más cómodo en el Tú que en el Usted, así que me lo vais a permitir, porque en modo alguno significa que os falte al respeto o quiebre la sobriedad que marca el protocolo cofrade. Paz y Amor. Esperanza. Qué bellísimas palabras. Qué dulce y expresivo resumen de cuanto subyace al Cristianismo como filosofía, como cultura y como doctrina, además de religión. Qué mensaje más clarificador y hermoso para quienes practicamos y nos educamos en la cristiandad, entendida como cristiandad pura, primigenia, iniciática, libre de prejuicios y reinterpretaciones caprichosas o interesadas, sin contaminar ni manchar por ciertas estructuras de poder que por desgracia y durante siglos han acompañado a la institución. Dios es Amor, Dios trae esperanza.
Dios nos enseña el camino a la paz. Ahí radica el comienzo de todo. Amor, Esperanza y Paz. Esas tres palabras, esa profesión de fe, están bien presentes en vuestra, en nuestra cofradía, desde el minuto uno de su andadura, allá por 2003. Nuestro Padre de la Paz y el Amor y María Santísima de la Esperanza. ¿Cabe, pues, mayor gloria, Hermanos Pollinicos? Solo tres sustantivos son capaces de concentrar la mayor y más elevada de las esencias del Cristianismo y de su mensaje principal, el que Jesús nos dejó en la Tierra hace 21 siglos, el que caló en millones de personas, el que trasciende más allá de las almas, el que va íntimamente ligado a hermosos vocablos, tan llenos de significado, como fraternidad y humanidad.
Amor fraterno, amor humano. Hablamos de amor sincero. De amor maravilloso. De amor sin límites ni reservas. De amor. De amor universal. De amor entregado. De amor compasivo. De amor al semejante. De amor en su más amplio espectro, sentido y dimensión. Ese es, debe ser, el amor cristiano, el que viene grabado en las Sagradas Escrituras, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Pero también el de cualquier religión, sea monoteísta o no, que ponga en relación al ser humano con una divinidad con con un Absoluto, da igual su nombre: Dios, Alá, Yahvé, Ahura Mazdá… O simplemente el amor que se profesa desde cualquier doctrina espiritual o filosófica, no necesariamente teísta, como el Budismo. Amor y paz. Paz y amor.
Dos palabras que unen a todas las religiones y filosofías del mundo y de la historia. El sustrato intrínseco. La base de todo. Y esas dos palabras, Hermanos Pollinicos, figura en vuestra denominación, en la nomenclatura de vuestro sagrado titular, aquel que entró en Jerusalén en gloriosa mañana de Domingo, entre palmas y olivos, entre hossanas entusiastas, con legiones de niños y niñas exclamando vivas, henchidos de alegría… Respirando amor. Y Paz. Necesaria paz. Imprescindible paz. Paz para las personas, para los pueblos. Paz para la vida. Paz para el espíritu, para el alma, para el corazón. Paz para el interior. Estamos ávidos de paz. Por dentro y por fuera. Paz sin dobleces, sin hipocresías. Paz sin medias tintas. Paz a toda costa. Paz como antónimo de guerra, conflicto, batalla, escaramuza. Paz como opuesto a intranquilidad, desasosiego, comezón, impaciencia.
Estamos enfermos cuando falta la paz. En todos los sentidos. Se mire como se mire. La paz nos hace falta. Todos los días. El máximo de horas. Paz. Qué difícil misión conquistar la paz en aquellos lugares donde no la hay. Malditos quienes la perturban, quienes la quiebran; quienes promueven la falta de paz, el odio, la persecución, la maldad. Malditos sean.
Ayudemos entre todos a que haya paz. En cada rincón del mundo, de la casa, de la vida. En cada rincón de nuestro, de vuestro interior. Paz. Bendita paz. Esa paz de la que se habla en las Sagradas Escrituras. Esa misma. La que es inherente al mensaje cristiano, al mensaje de bondad y fraternidad. La paz que merecemos, la que merece el prójimo. La que nos debemos como seres humanos. Paz, pax, paix, peace, frieden, irini, heiwa, shalom. Shalom Adonai, la paz del Señor, decía el pueblo hebreo. Dilo en cualquier idioma. Atrévete a pronunciarlo. Pero practica la paz. Nos lo debemos. Nos lo exigimos. Somos creyentes, somos cristianos, somos seguidores de Cristo. Es nuestra obligación. Cultura de paz. Paz en el mundo. Paz en tu casa. Paz en tu alma. Y Esperanza. María Santísima de la Esperanza. Un bello nombre procedente del latín clásico ‘spes’, y antes del latín preclásico ‘sperare’, evolucionado posteriormente al ‘sperantia’ del latín tardío, que nos lleva a multitud de significados y sentidos, relacionados con la creencia, la fe, la expectativa, la ilusión, el sentimiento.
Esperanza encarna la Confianza en obtener la gracia divina para alcanzar la salvación, una de las tres virtudes identificadas por la tradición cristiana, junto con fe y caridad. No olvides, cofrade, a esa madre, a la madre de Dios. A la madre de todos. Orgullosa de la paz que trae su hijo, que ha de salvar al mundo. A la madre feliz, la que es ajena aún al dolor abnegado que le aguarda en unos días y observa, entre abrumada, emocionada complacida, el multitudinario recibimiento de su Hijo. La madre. No olvides a la madre. A tu madre. A la madre de todos y cada uno. A la madre que es símbolo eterno y universal. A la madre que nunca falla. A la madre que ama. A la madre que sufre, que comprende, que empatiza, que se sacrifica, y que es feliz. A la madre polifacética, trabajadora, multitarea, que son todas. A la de ayer, a la de hoy, a la del mañana… A la madre que pelea, a la madre compañera, a la madre soltera, a la madre cuidadora, a la madre que ejerce también de padre, a la madre ambiciosa… A la madre que es hermana, hija, tía, abuela, bisabuela, a la que es valiente, emprendedora, empoderada o menos empoderada, pero siempre fuerte, siempre generosa, siempre ahí, siempre luchadora, siempre persona, siempre intuitiva. Siempre mujer. Siempre madre. Siempre nuestra. Esa madre. Tu madre. Mi madre. En la gran mayoría de idiomas del mundo, la palabra que existe para designar a la madre es, naturalmente, la primera palabra articulada, o casi, sobre todo por el bebé: las palabras para madre muestran en casi todos los idiomas del mundo la tendencia a empezar con m o a destacar por ese sonido, ya sea español, francés, inglés, italiano, portugués, alemán, holandés, sueco, danés, noruego, griego, euskera, árabe, hebreo, chino, vietnamita, hindi, urdu, zulú o kisuayeli. El poder de una madre para amar y comprender es infinito. El amor entre madre e hijo surge de forma instantánea como una conexión que une dos cuerpos y dos almas. El amor de una madre es incondicional, es eterno. Esa conexión, que todos hemos sentido y sentimos en muchísimos momentos de la vida, coincide con la que tenía María Santísima con su Hijo, con Jesús. Una madre es sagrada, aquí y en cualquier civilización del planeta y en cualquier época. Una madre es única e inigualable. Una madre es un tesoro irrenunciable. Una madre eres tú, y tú y tú, y tú. Y todas vosotras. Ayer y hoy. Y mañana. Y así debe seguir siendo. Con o sin religión de por medio, con o sin creencia, con o sin fe, con o sin implicación cristiana; con o sin veneración de una talla, con o sin rezos a una imagen de la Virgen María. Una madre es intocable. Una madre es el amor universal. Una madre lo es todo. Recién ha comenzado la Cuaresma. Estamos a solo a 29 días, más precisamente, 28 días y medio, del Domingo de Ramos. Muy cerca de esa mágica jornada de palmas y olivos y sol y suave brisa y algarabía en las calles…
Pura esencia mediterránea, esencia judeocristiana, Sustancia de Oriente Próximo, tan nuestro, tan cercano. Tan reconocible. ¿No estaba, acaso, Jesucristo, llamado a ser el Rey de los Judíos? ¿No refleja ese cristianismo primitivo, tan ligado al mundo judío, al mundo hebreo, al mundo judaico, el valor del cariño, de la fuerza de la comunidad, de la lucha por la justicia social, que luego fue su condena? ¿No es ese el origen del misterio, de la pureza del mensaje de Jesús? Suenan salmos de alegría, salmos de amor. De Amor mágico. De grandeza y loor de multitudes. Acá llega el Nacido en Belén de Judea, según narraron los evangelistas Mateo y Lucas, en Nazaret de Galilea, según Marcos y Juan. Acá llega y entra al gran Jerusalén, aclamado y admirado entre vítores. “Y las multitudes que iban delante de Él, y las que iban detrás, gritaban, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR! ¡Hosanna en las alturas! Cuando Él entró en Jerusalén, toda la ciudad se agitó, y decían: ¿Quién es éste? . Y las multitudes contestaban: Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.” (Mateo, capítulo 21; versículos 9 y 10). Y niños. Muchos niños. Legiones de niños. Miles de niños le contemplan.
El Domingo de Ramos es el principio de todo, un canto al ciclo de la vida, a la alegría de vivir. No es la cara amarga de la Pasión y Muerte de Cristo, no es el lamento de la muerte. Es el aleluya, es el hossana. Es Jesús hebreo entrando en Jerusalén. Es la esperanza. Es el día más feliz. El que abre pero también cierra el ciclo. Origen y vida. Luz y color, eso sí, por breve espacio de tiempo, porque la Cruz y la tortura le aguardan. Pero ya habrá tiempo para eso. Hoy celebramos la vida, la ilusión.
Vosotros, Hermanos y Hermanas Pollinicos, encarnáis ese amor y ese mandato del Domingo de Ramos. Vosotros, los que integráis la cofradía de la infancia, de los jóvenes. La cofradía de las personas. La congregación que es escuela de cofrades, verdadera cantera. Sois sin duda la cofradía de los pequeños detalles y del poco a poco, del trabajo de hormiguita, del trabajo en equipo, del trabajo transversal, en el que todos hacen de todo. La cofradía que en esta recién estrenada Cuaresma festeja el decimoquinto aniversario de ser erigida canónicamente. Esa cofradía. Tu cofradía, nuestra cofradía, la cofradía de todos, en la que nadie sobra y en la que todos son bienvenidos, han sido bienvenidos y serán bienvenidos. Hoy os hablo de todo esto, representando en estas líneas al niño que todos llevamos dentro. Al niño inocente. Solo los niños pueden ver la vida de forma inocente y limpia, exenta de toda maldad. Y esa inocencia la representa esta Cofradía. Inocencia, luz, esplendor. Yo, presunto pregonero, soy y me reconozco en el niño repipi con gafitas que lloró con la película Jesús de Nazaret en el desaparecido cine Andalucía del castizo barrio de la Victoria. Con ese niño que sufría en silencio viendo a Jesús llevando su Cruz o viéndolo morir en el Gólgota, en el Calvario, junto a Dimas y Gestas.
Soy ese niño, igual que tú lo eres. Igual que tú lo fuiste. Igual que el recién nacido lo será. Ese niño conmovido cuando Jesucristo muere, pero ese niño alborozado cuando Jesús entra en Jerusalén a lomos de la borriquita. Somos ese niño. En eso nos parecemos todos los aquí presentes. Nos gusta el Domingo de Ramos. Nos encanta. Y no solo porque empiezan las vacaciones de Semana Santa, que también. Seamos sinceros. Nos gusta por eso también. Que levante la mano el que no lo crea. Pero nos gusta porque nos identificamos con la algarabía. Con el revuelo. Con los nervios de quien sale vestido de hebreo por primera vez, de quien estrena traje o vestido y se dispone a portar la palma. Nervios.
Normalmente amanece soleado, a veces con alguna nube, las menos veces amenazando lluvia y otras, con algo de viento. Las más veces, con olor a primavera. Con olor a flores. Jesús y su Madre aguardan la salida procesional. En la vieja Canaán. En Palestina. Ya entra Jesús de Nazaret de Galilea; Jesús en Jerusalén…
Y por qué no: desde ese día, convertido en Jesús DE Jerusalén. El profeta, la esperanza personificada en los ojos del un niño. Aleluya, amor, el buen humor. El niño, la paz, la alegría, la ilusión. Una forma diferente de querer, con los ojos del Cristo Puro, del Cristo Alegre. Una mirada pura. La que da las gracias, la que celebra. El amor universal. Sin dolor. Con esperanza. Sin pena. El caminar alegre, jubiloso, ora solemne, ora desenfadado. Jesús lograba ese día abrirse paso como expresión del Señor en la Tierra. Y así lo entendieron los más sencillos, los discípulos y las gentes que lo acompañaron.
El pueblo llano, detrás del Mesías, del Maestro, del Hombre, del modesto Rey de los Judíos, Rex Iudeaorum, al que pronto las autoridades percibirían como una gran amenaza. Y en ello estáis, en plena faena de Domingo de Ramos, Hermanos y Hermanas Pollinicos. Orgullosos de vuestra modestia. Modestia que no molesta. Que no invade. Que integra. Siempre integra. Porque sois un todo. Sois Alhaurín. Formáis parte de esta maravillosa comunidad que es Alhaurín de la Torre. Los de siempre y los que vinieron. Donde la pureza está en la mezcla. La mezcla del Alhaurín de toda la vida y los que llegaron para quedarse, vivir y trabajar. Todo ese Alhaurín. El Alhaurín Verde, el Alhaurín Morao. El Alhaurín creyente, el Alhaurín agnóstico…
Todo ese Alhaurín también es Alhaurín Pollinica. Alhaurín Rojo Burdeos. Alhaurín de la Torre. Sois puro Alhaurín. Alhaurín en el que todo el mundo es bienvenido y nadie sobra. Sois Cofradía abierta, sencilla, amable, familiar, grande de espíritu. Gentil, solidaria, generosa… De todos.
Adonde da gusto ir y estar. Pollinica y sus barrios urbanos. Su Huerto de la Rosa, su Alegría, sus Palmillas, su Portón. Su Viernes de Dolores de traslado. Su colegio San Juan. Sus macetas en los balcones. Esa Pollinica. La de los pequeños detalles y grandeza de alma.
La Cofradía más joven en trayectoria y donde las personas importan más que los enseres. Que, ojo, no tiene nada de malo contar con patrimonio. Cuanto más, mejor. Es cultura en la calle, al fin y al cabo. A lo que me refiero es al factor humano: las mujeres y hombres que construís cada día la bella historia que nació en 2003 y que tuvo su culmen en 2005, convertida la asociación cultural en cofradía oficial reconocida por el Obispado. Nada menos que 15 años os contemplan. Y lo que os queda. Toda una vida.
Y lo que os hace únicos es, precisamente, el factor humano. El calor humano. El color. El aunar esfuerzos. El empujar en la misma dirección. El hacer algo grande cada Domingo de Ramos con la suma de pequeños esfuerzos, de detalles que a veces pasan desapercibidos. ¿Nadie os lo ha contado? Pues yo lo hago, queridos amigos Pollinicos, en este presunto Pregón. El Domingo de Ramos, el inicio de la Semana de Pasión, se encuentra íntimamente unido a las exclamaciones de júbilo, de saludo, de admiración, de aclamación…
Y también de petición de piedad, de súplica, llegado el caso. Hossana. Hossana en el Cielo. Hossana en las Alturas. Hossana al Hijo de David. Un bello himno de la liturgia católica pero, ¿sabéis que esta palabra, como tantas otras, es de origen hebreo? Así es: Y la traducción literal es SALVE, PUES. Es lo mismo que le sucede a otra palabra tan nuestra: amén. Nuevamente, hunde sus raíces en la tradición hebrea, al final de las oraciones litúrgicas, con el significado de ASÍ SEA.
Y de igual modo ocurre con Aleluya, voz hebrea con hache aspirada, Hallelujah y término con varios usos y sentidos. El más frecuente coincide con una interjección, tanto del Cristianismo como del Judaísmo, para expresar alegría por la alabanza a Dios. Hallelujah es una palabra hebraica cuya primera parte significa alabar (Hallelu o alelu) y la segunda parte es una abreviatura del nombre de Dios (Yah). En el cristianismo es usada en la forma latina en diversos momentos de alabanza. En el judaísmo, Hallelujah se emplea a para iniciar o culminar los salmos. ¿Queréis oír más?
Aleluya por el Mundo. Aleluya, todos cantarán. Con una sola palabra, el corazón se llena de gratitud y también palpita… Qué maravilloso es el mundo. Aleluya con una canción, por el día que brilla. Aleluya por lo que sucedió… Y por lo que aún no ha sucedido. Aleluya por el Mundo. Aleluya, todos cantarán. Y las grandes campanas nos sacudirán con sonido infinito y, junto a nosotros, dirán ‘Aleluya’. Aleluya con una canción, por el día que brilla. Aleluya por lo que sucedió… Y por lo que aún no ha sucedido. Aleluya por todo. Aleluya por mañana y por ayer. Aleluya, daos la mano y cantemos con un solo corazón. Aleluya con una canción, por el día que brilla. Aleluya por lo que sucedió… Y por lo que aún no ha sucedido. ¡ALELUYA!
La habéis visto: Celia Pérez Cebrián, de 10 años y alumna del CEIP Algazara, nos ha recitado un pequeño poema…
Un poema que es una canción, una bella melodía que triunfó en el festival de Eurovisión hace justo 41 años, en 1979, en Jerusalén, y que 20 años después, en 1999, fue interpretada de nuevo, también en la capital israelí, como homenaje a las víctimas de la Guerra de los Balcanes. En su letra, muy adecuada y muy acorde al espíritu de vuestra Cofradía y de vuestro Día Grande: El Domingo de Ramos, lo hemos visto claro. Palabras, términos, vocablos que se empeñan a ser nexo de unión entre cristianos y judíos, hermanos todos de sangre original y que compartieron territorio, cultura, tradiciones y familias a lo largo de siglos, de Oriente a Occidente y de vuelta a Oriente Próximo…
Y a todo el mundo. Sefarad. Así identificaba toponímicamente la tradición judía en la Biblia a la Península Ibérica, a la España actual. Los sefardíes, aquellos judíos españoles y portugueses a los que injustamente expulsamos de vuelta a Tierra Santa a finales del siglo XV. Pero lo que no se pudo extirpar fue el nexo entre cristianos y judíos en la base de la cultura, las artes, las ciencias, la medicina. Esa trabazón sigue invariable, permanente en el tiempo. Por los siglos de los siglos. Quiero reivindicar desde aquí la significación y el peso de lo hebreo en la Cultura Occidental y en la española y andaluza y, particularmente, en el universo cofrade, en la Semana Santa, pura representación de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento, en la Palabra de Dios escrita. A poco que nos fijemos, descubriremos miles y miles de referencias hebreas en nuestra Semana de Pasión.
Eso no es ningún secreto, sino un hecho evidente y quería aprovechar esta oportunidad para compartirlo con vosotros a viva voz. El Domingo de Ramos es un vivo ejemplo de esto que os digo, así que os invito a ver nuestros desfiles procesionales, de Alhaurín de la Torre o de cualquier punto de la provincia de Málaga, de la de Sevilla y del resto de Andalucía y de España, y hallaréis pruebas dentro y fuera de los templos, dentro y fuera de las procesiones, dentro y fuera de las obras de arte, de los Evangelios a los que hace referencia nuestra Semana Santa. Es un ejercicio lleno de sorpresas agradables y que nos hará ver que en cuestión de fe, creencias, espiritualidad y alma no hay apenas diferencias entre religiones, sobre todo, entre la judía y la cristiana, por mucho que en alguna época hubiera quien quisiera separarlas y enfrentarlas.
Hermanos y Hermanas Pollinicos. Me vais a permitir que me vaya despidiendo, pues llega la hora en que el ‘presunto pregonero’ debe callar. Deseo de todo corazón que mi intervención haya servido de algún modo para contribuir a alumbrar, con todo cariño, la grandeza y altura de vuestra Cofradía. Alumbrar sin centellear, sin deslumbrar, sin cegar. Alumbrar sin más ínfulas, ni vanidades, ni intenciones, ni aspiraciones. Solo movido por el corazón. Solo para exhibir admiración y nunca para pontificar.
Espero sinceramente haberos hecho pasar un rato agradable… Sobre todo, porque he intentado de forma obsesiva ser breve para no aburrir a la selecta audiencia, por una simple cuestión de respeto. Si he conseguido ser fiel al viejo dicho latino de ‘Virtus in brevitate’, la virtud está en la brevedad, me doy por doblemente satisfecho.
Que la gracia de nuestros Sagrados Titulares, Nuestro Padre Jesús de la Paz y el Amor en su Entrada en Jerusalén y María Santísima de la Esperanza caiga sobre todos nosotros, nos guíe, ilumine y acompañe hoy, mañana y siempre. He dicho.